sábado, 9 de abril de 2011

Desde este extraño lugar llamado vida

El día que la conocí no sentí nada especial. Era una linda chica de sonrisa eterna y hermosa que me miraba desde la carpeta contigua. Ese primer día de clases en la academia lo había tratado de evitar de cualquier forma. Era verano y necesitaba descansar, creo que cinco años de secundaria cansan a cualquiera. En todo caso, llegué cuando la clase había comenzado. Me ubiqué en el último asiento de la fila pegada a la pared, desde allí veía las cabezas de todos esos desconocidos que pronto postularían a diferentes universidades. En ese momento me sentí perdido, yo no tenía intención de ingresar a ninguna universidad, no quería estudiar por lo menos un año. Desde mi lado derecho sentí el peso de una mirada y la sospecha de una sonrisa. Volví la cabeza: Laura me miraba risueña y curiosa.

No recuerdo cómo fue la primera conversación que tuvimos ella y yo. Pero desde entonces matábamos los minutos de receso conversando, sentados en las escaleras interrumpiendo a todos los que subían y bajaban. Recuerdo que ella me decía que si en ese momento sucedía un sismo, nosotros moriríamos aplastados o en todo caso ocasionaríamos un accidente enorme. Yo me reí de eso, ella estaba muy seria. Comíamos galletas de chocolate y tomábamos Coca-colas todos los días. En las salidas caminábamos durante horas pensando que tan solo habíamos caminado minutos y transitado un par de cuadras. Yo era feliz escuchando sus historias de amor, sexo, traición. Era la mejor contando chistes colorados y muy ilustrativa cuando me hablaba de sexo. Sin embargo yo jamás pensé en ella como alguien con quien podría estar o enamorarme o, simplemente, tener sexo. Era mi amiga, y hasta ahora siento que esa palabra nunca fue mejor utilizada.

Laura era hermosa en todo el sentido de la palabra. Tenía los ojos claros, la sonrisa enorme, eterna y hermosa. Me encantaba su forma de hablar, me enloquecía ver el movimiento de sus labios mientras hablaba. Y cuando se molestaba, fruncía los labios de una manera muy coqueta. Pero era su forma amable y directa de ser lo que me encantaba de ella. Podía hablar con ella de mil cosas y jamás desentonaba con ningún tema: nos daba lo mismo hablar de política, amor, sexo, deportes, cultura y mil temas más.

Faltaban dos semanas para terminar el ciclo verano en la academia preuniversitaria, yo había decidido estudiar comunicaciones. Fue cuando ella me dijo que estudiaríamos en la misma universidad. Estaba feliz.

No nos vimos las dos semanas entre el término de la academia y el inicio de las clases en la universidad. Yo la extrañaba muchísimo. Pensaba en ella todos los días. Todo era excusa para terminar pensando ella. Cuando comenzó la universidad nos veíamos poco. Ella estudiaba en las noches y yo en las tardes. Hablábamos cada vez menos, hasta que llegó el momento en el que no volví a saber de ella.

Hoy camino los mismos lugares que recorrí con ella. Puedo recordar su voz, sus labios, sus ojos claros y su linda gran sonrisa. Me pregunto si ella me recuerda. Si desde donde está puede recordarme, escucharme, ver mis pensamientos. Me pregunto también, si algún día la volveré a ver, hablar con ella. Hay una distancia irremediable entre nosotros: la muerte.

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