Una llamada cambió el rumbo de mi vida. No fue una llamada con un mensaje fúnebre, ni una llamada anónima amenazándome de muerte. No, nada de eso. Era mi papá que llamaba para avisarme que el fin de semana vendría a casa a pasar un tiempo conmigo. Me extrañó mucho que él quisiera venir, nunca antes lo había hecho. Debo decir que la relación con mi padre no es de las mejores. Nunca pude perdonarle del todo su distanciamiento cuando yo apenas era un niño.
Me quedé sentado luego de colgar el teléfono. Fueron horas en el sofá de cuero que mi novia me había regalado por mi cumpleaños número veintisiete. Mi casa estaba a oscuras a las diez de la noche, ni una luz prendida. Solo se filtraba por la ventana de la sala una luz blanca, misteriosa, que llenaba de brillo el techo, y lo colmaba de sombras tenebrosas. Recordé algunos episodios de mi vida, de cuando era un niño. Eso me entristeció. Sentí una pesadez difícil de explicar, no entendía por qué me afectaba tanto la llegada de Fernando.
No sé cuantas horas más me quede despierto, sentado en el sofá. Desperté muy temprano. En el celular, unas veinte llamadas perdidas. Era Jenny. Amaba a Jenny, era dulce conmigo. Me gustaban sus ojos grandes color café claro. Nunca me sentí merecedor del amor que ella me demostraba. Sentía que era mucho premio para un tipo parco y melancólico. No entendí jamás cómo ella me soportaba, cómo es que ella nunca se dejó envolver por la tristeza de mi vida. Era ella quién lo envolvía todo con un aire de paz y aromas florales. Ella era un paréntesis en medio de tanta soledad. Debo reconocer que con ella me sentía menos solo. Con ninguna otra persona experimenté tal sensación.
Todo ese día estuve pensando en posibles conversaciones con mi padre. Sabía que su visita no era casual. Me perturbaba la idea de sentir invadida mi soldad. Yo vivía solo, y eso me gustaba. Jenny pasaba algunas noches conmigo, pero muy raras veces. Fernando se quedaría una semana, según me dijo. Por la tarde vino a mi memoria un recuerdo antiguo, quizás el más viejo que guardo. Recordé que caminaba con una lonchera azul en la mano, una pequeña mochilita en la espalda, llevaba un guardapolvo de cuadraditos azules y blancos, me dirigía a mi jardín, nadie me acompañaba, caminaba lento, quizá ya entonces percibía el valor de la soledad en mi vida.
Por la noche, Jenny estuvo unos minutos en mi casa. Le conté lo mal que me sentía. Ella me dijo que me amaba y que me llamaría mañana para ver cómo iban las cosas. Me regaló una sonrisa tierna y me dijo con un tono suave, maternal, que descansara, mañana llegaría papá y tenía que estar bien, al fin y al cabo era mi padre. No dormí ni un minuto esa noche.
Muy temprano por la mañana el timbre sonó dos veces. Los nervios previos desaparecieron en dos golpes sonoros estrepitosos que arremetieron contra la calma de mi vida. Cuando abrí la puerta encontré a un tipo venido a menos. Tenía los ojos rojos, su cabellera no conservaba el brillo de antaño, su rostro era invadido por arrugas exageradas. Hola papá. Me abrazó sereno. Algunas lágrimas brotaron de sus ojitos tristones. No sentí pena por él, si no por mí. No odiaba a papá, solo sabía que no lo amaba. Sentí culpa, creía que si en ese momento me veía en un espejo vería a un monstro. Dejó su maleta en el cuarto de invitados. Pasamos unos minutos sin hablar, incómodos por la situación. Ninguno de los dos atinaba en los movimientos. Ninguno de los dos sabía cómo empezar la conversación. Finalmente fue él.
Su voz me llamó mucho la atención. Era grave y pausada, aspiraba profundamente antes de cada oración. Me habló de su nueva vida. Me habló de tantas cosas a las que yo no encontraba importancia. Habló mucho, era un monólogo, como si no hubiera interlocutor. Yo sólo respondía con monosílabos o afirmando con la cabeza. Luego de unas horas dijo que se sentía cansado y que iría a dormir unos minutos. Otra vez quedé sentado en el sofá, extrañé la luz que se filtraba por la ventana.
Abrí la puerta de la habitación. Me acerqué suavemente a la cama. Contemplé cada línea de su rostro. Me acerqué cada vez más a él, siempre evitando hacer ruido. No había dudas, ya nada sería lo mismo para mí.
FIN