lunes, 2 de mayo de 2011

Todo va a estar bien

          Detenido frente a esta puerta siento el frío eterno de la muerte, una premonición, una visión trágica, un recuerdo borroso se mezclan en mi cabeza y el vértigo de una caída profunda explota en mí. Tranquilo. No puedo, no puedo estar tranquilo. Yo hubiera querido morir en paz, echado en mi cama, dormido si es posible, y dejar de respirar sin darme cuenta. No va a pasar nada. Y sin embargo siento que ya todo ha pasado, y que lo que me resta por hacer en la vida es justamente morir, es solamente cruzar esa puerta que no sé bien a dónde conduce.

Ayer vino a mí el recuerdo de una vida que no viví. Estuve sentado en un rincón de la casa de mi papá, al costado de una lámpara sin luz ni vida, pensando en cosas tontas que me atormentan desde que nací. Vi cosas que no sé bien si son solo recuerdos o imágenes que mi mente distorsionada inventó. Recordaba un beso, una caricia tan cercana pero a la vez tan lejana. Mi padre me vio al entrar a su casa, en su mirada solo había lástima. No, no. Creo que había temor, miedo. Y yo sentí tanta pena por él. Y sentí tanta pena por el mundo, por mí mismo. Tranquilo, todo va estar bien.

Nunca pensé que dar una paso tuviera la misma carga que un disparo en la boca, o saltar de una silla y dejar que una soga amarrada al cuello se llevé todo de una vez. Jamás había pensado tanto en la muerte. Bueno, sí, pienso mucho en ella. Pero quiero decir que jamás pensé en la muerte tan cerca como ahora, que la puedo sentir a un paso, al cruzar una puerta.

Su mano tocó mi hombro y yo sentí que ya todo estaba decidido. Y sin embargo todo era tan bello. Y sin embargo yo sabía que la muerte se iría acercando con cada minuto perdido en mis pensamientos. Ella me habló al oído. Todo va a estar bien. Pero yo lloraba por dentro y sabía que nada estaba bien. Que nada es esta vida o en la otra iba a estar bien.
Siento tanto temor. Las lágrimas recorren mi interior buscando escapar. Así que esto era la sensación última de la muerte. Así que así se sentía un condenado a la silla eléctrica a tan solo segundos de que aquel que recita su condena dé la orden de muerte. Cuando escuché la voz de aquel hombre vestido muy dignamente de blanco cantarme mi sentencia, solo en mi mente podía estar Vallejo. Estaba triste hasta los pies y más triste hasta los tobillos.
Mamá, deja de llorar, dejen todos de llorar, ¿acaso ven caer por mi rostro una lágrima? Sin embargo mi madre que me conoce desde que ni siquiera existía sabía la pena tan grande que me consumía. Y tal vez pensara que lo que me terminaría matando sería la pena.
Todo va estar bien, amor. No, tú sabes que no. Cuando la conocí mi vida tomó un aire que la verdad no pensé que tendría oportunidad de experimentar. Me sonreía desde lejos, me miraba con ternura y su voz se acercaba a mí de tal manera que ya nada existía. Y ahora el dolor me consume por ella. Porque no sé si a donde voy existan los recuerdos.
El paso que faltaba. La puerta que se abre lentamente. Y yo tan solo siento que todo va a estar bien.