El humo se disuelve lentamente. Desaparece de a pocos mientras se eleva buscando su extinción. Entre los dedos el primer cigarrillo de la noche humea ondulante. Una, dos, tres caladas. Expulso el humo y se pierde en la noche. Es una mancha. Una mancha blanca en un traje negro, el más hermoso. Una mancha que no dejará rastros extendiéndose hasta encontrar su desaparición. Solo quedará el vaho a tabaco consumido por gusanitos rojos y amarillos que dejan a su paso un rastro de cenizas. Ese aroma es sagrado. PAZ. Sí, paz. Por eso uno fuma en noches como esta, tan hermosa y tan negra. Cuarta, quinta, sexta calada. El humo llega a mi pecho, recorre mis entrañas llevando su calor reconfortante.
Don Gerónimo me observa de reojo. Este tipo me cae mal, me observa todo el tiempo. Pretende intimidarme, él sabe algo de mí, o al menos eso quiere hacerme creer. ¡No sabes nada, hijo de puta! Un día lo mataré, lo juro. Tocaré la puerta de su departamento del quinto piso. Iré con las barbas crecidas, disfrazado, no me reconocerá, entonces entraré apretando su cuello con mi mano. Lo ahorcaré, escupiré su cara, le sacaré los ojos, para que no joda desde el infierno con esa mirada inquisidora. Pero el vejete ese por ahora esta a salvo. Última chupada del cigarrillo.
Alguien pisa un cigarrillo en la entrada del edificio.
Segundo cigarrillo
Los dedos con los que sostiene el segundo cigarrillo a punto de terminarse, reciben un calor relajante, que recorre su cuerpo entero y se desplaza por su piel. El humo le llega a los ojos, lagrimea. Piensa en algo mientras se esboza en su rostro una leve sonrisita de niño al que se la ha ocurrido una travesura. Se lleva el cigarrillo a la boca. Retiene el humo en el pecho, sale lento por la boca como un vómito ascendente. Murmura algo. Tira el cigarrillo. Una mujer joven sale del edificio. Le mira descaradamente el culo.
Tercer cigarrillo
Silencio. Ni un alma por la avenida. Mi alma es como el humo de este tercer cigarrillo, como el humo de todos los cigarrillos, se desvanece, desaparece, como yo. Solo se oye el suave sonido, casi imperceptible del tercer cigarro de esta noche especial consumiéndose. Consumiéndose el cigarrillo, también la noche y, cómo no, también mi alma. Ya es hora, a Adriana no le gusta esperar.
Caramelos de menta
Se disuelven en mi boca. Mi paladar se despierta por el sabor dulce y agrio a la vez. No odio el sabor que deja el tabaco en mi boca, en cambio odio el olor de la sangre. Asco es la palabra. Ca-ra-me-los-de-men-ta. Pronto llegará el momento, la hora señalada. A la hora señalada. Adriana me enseñó esa película hace unos meses, luego vimos Casablaca y la misma noche hicimos el amor. Siempre ha amado las películas antiguas.
Lo he planeado todo, durante tanto tiempo, no es que la odie, no es con ella la cosa, la amo, pero este deseo es más fuerte que yo, más fuerte que mi amor. Hoy la asesinaré. Me encantaban sus labios, su cuerpecito de líneas suaves, sus dulces ojos, sus gemidos, sus moviemientos pausados cuando hacíamos el amor. Hoy gritar, pero nadie la oirá, la música estará muy alta, los chiquillos del cuarto piso tienen una fiesta, Adriana me pedirá que hagamos el amor, como todos los sábados, le pediré que ponga una de sus películas clásicas que tanto ama. Morirá en blanco y negro, con gritos ahogados como en una película de cine mudo.