martes, 19 de octubre de 2010

En blanco y negro

Primer cigarrillo
El humo se disuelve lentamente. Desaparece de a pocos mientras se eleva buscando su extinción. Entre los dedos el primer cigarrillo de la noche humea ondulante. Una, dos, tres caladas. Expulso el humo y se pierde en la noche. Es una mancha. Una mancha blanca en un traje negro, el más hermoso. Una mancha que no dejará rastros extendiéndose hasta encontrar su desaparición. Solo quedará el vaho a tabaco consumido por gusanitos rojos y amarillos que dejan a su paso un rastro de cenizas. Ese aroma es sagrado. PAZ. Sí, paz. Por eso uno fuma en noches como esta, tan hermosa y tan negra. Cuarta, quinta, sexta calada. El humo llega a mi pecho, recorre mis entrañas llevando su calor reconfortante.
 Don Gerónimo me observa de reojo. Este tipo me cae mal, me observa todo el tiempo. Pretende intimidarme, él sabe algo de mí, o al menos eso quiere hacerme creer. ¡No sabes nada, hijo de puta! Un día lo mataré, lo juro. Tocaré la puerta de su departamento del quinto piso. Iré con las barbas crecidas, disfrazado, no me reconocerá, entonces entraré apretando su cuello con mi mano. Lo ahorcaré, escupiré su cara, le sacaré los ojos, para que no joda desde el infierno con esa mirada inquisidora. Pero el vejete ese por ahora esta a salvo. Última chupada del cigarrillo.

Alguien pisa un cigarrillo en la entrada del edificio.

Segundo cigarrillo
Los dedos con los que sostiene el segundo cigarrillo a punto de terminarse, reciben un calor relajante, que recorre su cuerpo entero y se desplaza por su piel. El humo le llega a los ojos, lagrimea. Piensa en algo mientras se esboza en su rostro una leve sonrisita de niño al que se la ha ocurrido una travesura. Se lleva el cigarrillo a la boca. Retiene el humo en el pecho, sale lento por la boca como un vómito ascendente. Murmura algo. Tira el cigarrillo. Una mujer joven sale del edificio. Le mira descaradamente el culo.

Tercer cigarrillo  
Silencio. Ni un alma por la avenida. Mi alma es como el humo de este tercer cigarrillo, como el humo de todos los cigarrillos, se desvanece, desaparece, como yo. Solo se oye el suave sonido, casi imperceptible del tercer cigarro de esta noche especial consumiéndose. Consumiéndose el cigarrillo, también la noche y, cómo no, también mi alma. Ya es hora, a Adriana no le gusta esperar.

Caramelos de menta
Se disuelven en mi boca. Mi paladar se despierta por el sabor dulce y agrio a la vez.  No odio el sabor que deja el tabaco en mi boca, en cambio odio el olor de la sangre. Asco es la palabra. Ca-ra-me-los-de-men-ta. Pronto llegará el momento, la hora señalada. A la hora señalada. Adriana me enseñó esa película hace unos meses, luego vimos Casablaca y la misma noche hicimos el amor. Siempre ha amado las películas antiguas.
Lo he planeado todo, durante tanto tiempo, no es que la odie, no es con ella la cosa, la amo, pero este deseo es más fuerte que yo, más fuerte que mi amor. Hoy la asesinaré. Me encantaban sus labios, su cuerpecito de líneas suaves, sus dulces ojos, sus gemidos, sus moviemientos pausados cuando hacíamos el amor. Hoy gritar, pero nadie la oirá, la música estará muy alta, los chiquillos del cuarto piso tienen una fiesta, Adriana me pedirá que hagamos el amor, como todos los sábados, le pediré que ponga una de sus películas clásicas que tanto ama. Morirá en blanco y negro, con gritos ahogados como en una película de cine mudo.

domingo, 10 de octubre de 2010

EL MUNDO de Juan José Millás

Mientras leía este libro, me entraba una extraña sensación. Deseaba con todas mis fuerzas volver a ser un niño y descubrir un mundo desconocido dentro de las calles y las cosas más cotidianas, dejarme llevar por la ilusión de ser otro, jugar a ser un gran espía y, cómo no, ilusionarme con las luces de un primer amor.

De esas pequeñas cosas está llena este libro, cuyo protagonista nos narra la historia de su vida (que no es la vida del autor aunque a eso juega el libro) y cómo los recuerdos y fantasmas de su infancia marcan su existencia, de cómo una niña de su infancia lo persigue por los rumbos que da su vida hasta encontrase años más tarde en una conferencia en New York.

Es una historia de una vida que se transforma, como todos al pasar de ser niños y nos vamos convirtiendo en adultos.

Si bien Juanjo es el personaje principal, el personaje al que más cariño he llegado a expresar es al Vitaminas, un niño del cual el autor no da cuenta de su nombre real, pero que representa para el protagonista el compañero de toda la vida.

miércoles, 6 de octubre de 2010

"Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja". 

Julio Cortázar, Rayuela

ALGUIEN OBSERVA

Tal vez no deba escribir sobre esto, tal vez me condene al odio eterno de la persona de la que estoy a punto de hablar. No hay salvación para mí. No hay refugio ni sosiego para alguien como yo, y lo acepto. Sin embargo tengo miedo. Miedo a morir un día y no encontrar un infierno donde descansar. Tengo miedo a amar tanto y solo recibir una miradita de desprecio, tal vez asco, o quizás lástima, sí, eso: LÁSTIMA.

Resulta difícil escribir sobre ti, incluso ahora que ya no eres parte de mis días, físicamente, claro, porque no has dejado de estar ni un segundo merodeando en mis pensamientos. Te asomas a cada momento, tu sonrisa no ha dejado de invadir el tedio de mis días, y tu desprecio ha corroído cada recodo de mi alma y la ha llenado de rencor. Como dije al principio, después de esto me odiarás, creo que ya lo haces.

Confesaré muchas cosas de las que nunca creí que hablaría. No, en realidad sólo confesaré una: mi adicción a ti. Con eso basta. Mi afición (adicción es la palabra correcta) a verte de lejos, escucharte hablar. Supongo que por eso me odias, tal vez piensas que soy un depravado que te sueña desnuda o tal vez pienses que soy un idiota que jamás se atrevería a hablarte, quizás sí lo soy, pero recordarás que sí te hablé, que lo intenté, y si desistí de esa empresa fue porque sentía que me perdía con cada palabra que te dirigía, incluso con cada vocal. El silencio siempre ha funcionado como un excelente canalizador de mis sentimientos. El silencio funciona como la oscuridad, exalta la sensación de complicidad, ambas condiciones juntas crean el ambiente perfecto, un ambiente con el cual he soñado.

Mi afición a ti ha alcanzado niveles insospechados. Despierto con el recuerdo de un sueño borroso, pero que se las ingenia para hurgar en mi cordura, la convierte en la consecuencia de un choque fatal y me veo moviendo los labios esperando una respuesta del aire que se ha disfrazado de ti por unos segundos y el aire no responde con tu voz, porque tu voz es inconmensurablemente hermosa y el aire no habla el idioma que nosotros hablamos. No, el que yo hablo. Porque tú no hablas nuestro idioma. Ese sueño me persigue. En él estás distinta. Te cubre una espesa nube gris, sombría, que me seduce. Soy vulnerable a tu crueldad, no porque me haga daño, sino porque me gusta ir hacia ella. Esa nube no me deja acercarme, solo translucen tus ojos claros, pero descubro tus segundas intenciones, en ellas está el deseo: me deseas. Entonces despierto excitado, y el aire toma tu forma, y la atmósfera se cubre de tu aroma que nos es tu aroma sino un invento mío, porque nunca estuve tan cerca tuyo como para imprimir tu aroma en mi memoria. Entonces tu forma es solo un invento, es solo producto de una observación exhaustiva.